lunes, 18 de agosto de 2008

OTRO MUNDO



Mi casita alquilada en Estanzuela (al frente mi caballo de trabajo y mi viejo "meches" (herencia de mi padre)


Por la tarde vi caer la lluvia en el occidente, sobre la Sierra de las Minas. En lo alto de una de sus montañas pude observar una catarata que suele aparecerse, majestuosa, cada vez que el cielo vierte su llanto. El invierno ha llegado, pero aún no ha visitado formalmente este valle casi desértico, pronto se hará presente para refrescarlo todo y quitar de las plantas el color café, vistiéndolas de mil tonos de verde. Aspirando el olor a humedad, al ponerse el sol, caminé largo rato por este bello lugar, atravesé el más grande de sus parques y recorrí sus callejuelas empedradas sin poder confundirme con esa gente de rostro amable, que abre las puertas de sus casas cada tarde, dejando al descubierto, sin ninguna preocupación, la intimidad de sus hogares para salir a sentarse en pequeños grupos y sostener amenas tertulias al fresco de la noche.

Qué diferente es la vida en mi desconfiada tierra, donde todos nos escondemos y cada quien cierra nerviosamente, tras si, la puerta. Casi sicóticos, atisbamos por rejillas, ojos mágicos y pantallas de “intercom” a quien nos busca. Evitamos cruzar miradas, respondemos a distancia y sospechamos, sin importar la facha, de cualquiera que camine por la acera. El valle de la Ermita (Ciudad de Guatemala), a fuerza de vivir tres décadas de guerra y una de terrible delincuencia, se ha vuelto enclaustante: nos encerramos en los autos deseando no tener que detener la marcha en altos y semáforos. Nos parapetamos en las casas: elevamos tapiales que coronamos con razor ribbon, colocamos barrotes en los vanos de las ventanas y apostamos ojos guardianes en los pórticos de cada entrada.

Aquí, en Estanzuela, el ambiente es de otro mundo: aún se puede creer en la gente, se confía en la palabra, se respeta la propiedad ajena, aunque esté descuidada y a la mano. La vida se vive tranquila y, para mi deleite, aún se la puede beber a sorbos.