
Después de aplazarlo muchas veces, por fin me decidí y conduje desde mi trabajo hacia el centro histórico de la ciudad; por varios meses había deseado volver a caminar por los pasajes y recovecos de “El Portal”, un edificio construido en 1788, donde el tiempo pareciera haber quedado detenido en los años 30. Además de las viejas joyerías, los perpetuos estanquillos de revistas y billetes de lotería, y los interesantísimos locales de filatelia y numismática antigua, hay allí varios negocios y establecimientos que son toda una tradición: la venta de helados de crema por la que ningún "capiucero" (evadido de clases) que se respete ha dejado de darse una vuelta; la venta de churros –los mejores de la ciudad- que se coloca justo en la entrada norte del “Pasaje Rubio”, y claro está, el amo y señor de los más respetables antros de esta ciudad: el famoso bar “El Portal”, en el que un servidor no había puesto un pie en 33 años.
Apenas tenía 8 años cuando fui por primera vez a ese lugar increíble, y a partir de entonces -31 de diciembre de 1968- cumpliendo con el pacto que ese día hicieron mi padre y sus dos mejores amigos –Luís Ochoa Valencia y Roberto Gálvez de la Rosa-, fuimos cada año, en la misma fecha...Hasta que. al llegar a mis 15, empezó a parecerme ridículo acompañar a ese trío de viejos y practicar con ellos semejante ritual. Recuerdo que solía tomar un par de refrescos de soda y dar buena cuenta de las “boquitas” (botanas, tentempies, snaks) mientras los tres amigos tomaban sendas jarras de cerveza “mixta” (mezcla de clara y obscura) con el propósito de sellar sus solemnes propósitos de año nuevo y brindar por su longeva amistad.
Me transporté en el tiempo cuando abrí la pesada puerta de “El Portal”. Todo estaba como la última vez: la misma barra, los mismos dispensadores de cerveza, las mismas estanterías llenas de tarros y botellas; los barriles de cerveza apilados en la misma esquina, las mismas mesas, los mismos cuadros, el mismo humo de cigarrillos, la misma marimba interpretando las mismas piezas, y juraría que hasta los mismos parroquianos de hace más de tres décadas se habían quedado allí, esperando para verme empinar -por fin- un enorme tarro de deliciosa “mixta” a la salud y memoria (según sea el caso) de aquellos tres grandes amigos que mientras tuvieron fuerza y vida, cumplieron el pacto, reuniéndose cada fin de año en ese famoso bar, acompañados, algunas veces, por este viejo niño.
es acabo de estar por ahi
ResponderEliminares una lastima que mucha gentre no sepa del portal del comercio tiene tanta historia y tantos recuerdos mudos en el tiempo...