jueves, 11 de junio de 2009

Memorias de un gloton callejero (Churrascos Bethy, en San Lucas Sacatepéquez)



Al entrar al pequeño mercado municipal, el olor a carne, chorizos y longanizas asadas al carbón se apoderó de nosotros: atrayente, sugestivo…Irresistible, ideal acompañante para esa fabulosa explosión de colores: rojos, verdes, amarillos; colores de flores y verduras, de frutas y de granos; colores de tejidos autóctonos, étnicos: diseños espectaculares producidos en telares milenarios por manos maestras preservadoras de la tradición de sus ancestros. ¡Ah! Y el sonido… Ese incomparable sonido: bullicio de almas alegres, de gente contenta. Acompasando olores y colores para crear un “menage a trois” maravilloso.


Escoger el lugar indicado, cuando la oferta es prácticamente idéntica en todos lados, es un dilema que siempre resuelvo aplicando un método aceptado universalmente: el lugar más concurrido suele ser el mejor. Debo confesar que, por esta “única vez”, no pude evitar cometer un acto de violación a mi dieta -de hecho, reconozco que la violé una y otra vez, con lujo de fuerza y con gran placer-. Y en el ominoso hecho se incluye -como agravante de primer grado- la ingesta de dos vasos de delicioso atol de elote, dos longanizas con tortillas hechas de maíz negro, acompañadas de cebollitas a la llama y guacamol, además de un elote asado y una exquisita hojuela de maíz con miel de abeja –que no probaba desde niño- Mis acompañantes comieron, entre las dos damiselas, casi lo mismo que yo, y la cuenta no sumó más de Q. 125.00 (US $ 15.00 aproximadamente)


En realidad, la comida es más o menos de igual calidad en cualquiera de los puestos establecidos en ese lugar, y lo que hace la diferencia es la atención y el servicio. En este caso, Cesar, encargado de atender a los comensales en el comedor “Churarscos Bethy”, se esmeró, pues no sólo hizo su trabajo excelentemente, sino que fue más allá para complacer nuestros antojos al ir a buscar, para nosotros, los elotes asados y las hojuelas de maíz –pues no los vendían en el local donde trabaja-, además, después de que nos retiramos, recorrió el mercado entero para entregarnos un paquete de DVD´s que dejamos olvidado en la mesa. ¡Eso es atención de primera, lo demás –como decimos en esta tierra- son babosadas!


Viajar a San Lucas Sacatepéquez y comer en el comedor “Churrascos Bethy” -en el tradicional y concurrido mercado de la localidad-, fue una experiencia muy grata. ¡Y cómo para que no! Si esa era la costumbre dominguera familiar que más añoro: subir al asiento trasero del enorme Dodge “Kingsway” de mi padre y, junto a mi madre, hacer el corto recorrido de Ciudad de Guatemala hasta el viejo mercado improvisado, de “orilla de carretera”, de San Lucas, e intentar –como siempre trataba de hacerlo- convencer a mi viejo para que me comprara un conejo blanco, café, negro o variopinto, de esos que ofrecían los vendedores por un par de “pesos”, y para consolarme por su eterna negativa, nada como meterle el diente a un buen elote asado, frotado con sal y limón, tomarme un par de vasos de atol –adornado con sus granos amarillos-, y embarrarme la cara de miel, comiéndome una enorme, dorada y deliciosa hojuela de maíz.


PS- Rosario, mi querida amiga: No sé si este, además del primero, será el último de estos artículos sobre mis lugares preferidos de comida callejera, pero, sea como sea, se lo dedico a usted, no solamente por darme ideas tan buenas, sino por regalarme su invaluable apoyo en estos tiempos aciagos.