martes, 20 de octubre de 2009

POESÍA REVOLUCIONARIA Y UN SEXTAZO



Eran las ocho en punto y el cigarrillo pendejo seguía sin fuego, colgado de mi boca, bailando una fría danza con mis labios. Me dirigía a una actividad literaria: lectura de poemas conmemorando la “Revolución” del 20 de octubre de 1944.


Sorteando las calles y esquinas del centro “histérico”, infestadas de putas, putos, huecos y “transformers”, observé a los mercaderes de lo “chafa” con su cotidiano desmantelamiento. Giré en la sexta, rumbo al sur. ¡Ahhh… Qué recuerdos! El sextazo de antaño: hippies vendiendo chunches sobre manteles extendidos: crucifijos hechos de clavo romano, alambre y cuero, anillos de mostacilla, esencias de sándalo, patchoulli e incienso. Olor a mota en cada recoveco. Pasear y conectarse traiditas del Sagrado, del Francés y del Europeo. (O del INCA, del Belén, y la Casa Central, cuando no había pisto para invitar a las “caqueras” de los colegios pagados al McDonald´s de la décima calle, o al Dairy Queen de la séptima avenida).


Cruce a la izquierda, en Santa Clara, (la otra iglesia -la grandota de las palomas- no me acuerdo cómo se llama). Volví a cruzar, sobre la séptima, hasta estacionarme a pocos metros del Bar Central. Era tarde para encender mi cigarrillo. Había llegado. Noche de Blues, poesía y vino -sin tabaco, por las leyes de humo-


Los poetas desfilaron de a tres en fondo. Enrique Noriega, Lucía Alvarado, Gabriel Wlotke, Luis Alejos, Aida Toledo Y Pablito Bromo. Leyendo poemas propios y poemas clásicos revolucionarios, intervenidos y adaptados a la actualidad y a la luz del sol de este siglo, que alumbra los vestigios muertos de una historia que, viéndonos hoy por hoy, tal como estamos, daría lo mismo si no hubiera sucedido.


Pasaban de las diez. Hacía frío. Subí por la séptima para retornar frente a Palacio (cuánta historia vana) y recordé años más viejos: Capiuza de primaria –niño extraño, niño loco-, escapándome de clases para pasar las mañanas en la biblioteca, husmear en las librerías de lo usado y ver tras las vitrinas unos relojes grandotes de esa marca rara ·Rolex- que para nada me gustaban.


Recorrí nuevamente -muy despacio- la sexta avenida, y a pesar de estar tan vacía... Tan horriblemente vacía, seguía oliendo a imitaciones, a piratas y a tiempos que no volverán. Seguía apestando a putas, a rateros, a fantasmas… Y a mercado.