miércoles, 23 de julio de 2008

EL CERRO Y EL INDIO



Fotografía "El anciano dormido" por Patricia L. de Abril, tomada en Sta. Catarina Palopó, Atlitlán, Guatemala

El pobre anciano se sentía cansado. Le parecía que cada día de su vida había subido y bajado por el cerro, ya fuera para cortar el monte con su machete, para zurcir la tierra con azadón y piocha, o para cosechar una milpa que con cada siembra daba menos mazorcas.

Sus caites de hule y cuero, de tanto andarla, habían gastado la estrecha vereda que culebreaba entre las peñas. El morral de lana cruda, donde la Tomasa colocaba su bastimento de sal y tortillas, con el ir y venir de cada día, se había roto como sus propias fuerzas, y el pumpo de jícara en que solía llevar el agua que siempre le supo a tierra, vestía telarañas, colgado al haz de la ventana del rancho, porque el de plástico se lavaba más fácil y no se rompía como el pumpo... ni como se le rompía a él el lomo con los costales que se echaba a tuto para venderlos en el mercado por unos cuantos quetzales.

La vida le pesaba como si la hubiera usado entera para tejer el cerro... y el cerro al que estaba atado, que siempre tejió su vida de indio, le pesaba mucho más.